19 julio, 2016

Capítulo 1



Era una noche tranquila y fría
Martes típico en la capital...

Tu,
Sentada sobre el nuevo duvet,
cansada de un largo viaje de trabajo,
con un vestido ajustado,
descalza,
un tanto descomunal!

Mirabas tierna y tímidamente mientras te sonrojabas,
sabías lo que pasaría...
(me costaba hacerte mantener la mirada).

Bajabas la cabeza en un tono agradable de incontrolable deseo
en la medida en que aflojaba mi corbata y caminaba hacia en closet en busca de comodidad.

Paso un tanto mientras adelantamos noticas del día,
sabes lo que amo que hables divertida
de tus historias sin fin y
anécdotas dignas de melodías épicas relatadas en la Ilíada.

Me dispuse a servirte una copa de Riesling
para prepárate las venas,
disponerte el paladar y
algo más...
Amenizar la tensión.

Me senté a tu lado,
tan cerca que pareció impulsar tus pulsaciones y
cambiar la textura de tu piel.
Dejé que me siguieras contado tu día mientras
tomaba tragos cortos de mi viejo Macallan
hasta que interrumpí acercándome a tus labios.

Me detuve como en aquel primer beso,
justo antes de ocupar el universo que separaba nuestros labios,
llené tus pupilas con las mías e hipnotizados soltamos un suspiro tranquilizador
llenando con nuestro aliento la habitación,
seguido de un inevitable gesto de pícara contradicción.

Te acerqué un poco más tomándote con mi mano por tu cuello,
justo debajo de tu pelo suelto,
acariciándolo con esa suavidad que sentiste y
deseaste recorriera tu espalda
hasta el final.

Sentí tu mano
con el peso de los años
deteniendo en alto mi taquicardia emocional,
separando nuestra fuerza gravitacional.

Maldita admiración a tu resistencia racional.

Necesitábamos una copa más!
Una pizca de miradas fijas,
dos o tres frases de torpeza elocuente
en una mezcla de sensual confianza y
el toque mágico
que provoca una caricia
mal provocada, mal intencionada.

Conocía, más que nadie,
que forzar lo inevitable
es un rasgo de impaciencia animal,
innecesario a todas luces,
provocativo de malgeniados incoherentes
que más que en resultado
deviene en frustración.

Degollado
por tu sensata forma de apagarme
me detuve y en un acto de profunda apariencia
me dirigí al improvisado bar
donde aguardaba la excusa perfecta para retroceder sin desfallecer.

...

Esta vez fui yo quien se tomó la palabra.
Te conté sobre mi reciente ascenso
con la idea absurda de que me ayudara en la conquista.
No contaba con lo moderna que eras y
lo poco que te importaba
más allá de lo feliz que te hacía sentir
por mi logro personal.

(Continuará...)